jueves, 24 de diciembre de 2009

F.

Desde entonces la tuve en la memoria con tal nitidez que hacía de ella lo que quería.
Le cambiaba el color de los ojos según mi estado de ánimo: color de agua al despertar, color de almíbar cuando reía, color de lumbre cuando la contrariaba.
La vestía para la edad y la condición que convenían a mis cambios de humor: novicia enamorada a los veinte años, puta de salón a los cuarenta, reina de Babilonia a los setenta, santa a los cien. Cantábamos duetos de amor de Puccini, boleros de Agustín Lara, tangos de Carlos Gardel, y comprobábamos una vez más que quienes no cantan no pueden imaginar siquiera lo que es la felicidad de cantar.
Hoy sé que no fue una alucinación, sino un milagro más del primer amor de mi vida a los noventa años.
Memorias de mis putas tristes.Gabriel García Márquez.
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